Reseñas sobre libros de arte de inicios de 2025

Reseñas de los libros «La galería», de Nacho Ruiz, y «Banalidades estéticas», de Fernando Castro Flórez

Retomo las críticas sobre libros cuyo argumento central es artístico, tras el período en Le monde diplomatique, para reseñar dos de los primeros libros de 2025, que hicieron furor en el pasado ARCO: «La galería», de Nacho Ruiz, y «Banalidades estéticas», de Fernando Castro Flórez.

Pathos y ethos de una galería

20/03/2025

No soy muy dado a las autobiografías, sobre todo desde que descubrí que la de Canetti es insuperable, sin embargo, hacía mucho tiempo que un libro no me atrapaba tanto como “La galería” de Nacho Ruiz -y, por supuesto, de Carolina Parra-, publicado por La Fábrica.

Las razones de mi fascinación son numerosas: para empezar, por pertenecer a la misma generación, siendo atractivo experimentar un enfoque distinto al tuyo sobre una época que has vivido; sin duda, también por la amistad que nos une, que empezó pocos meses después del inicio de este libro; por supuesto, porque el tema me interesa mucho; y también porque hay que reconocer que está muy bien escrito, con un estilo cercano, casi como si compartieras mesa con el narrador.

Y para apreciar su dimensión y grado de madurez, creo que se puede entender mejor su éxito -un día tras otro se agotaban los ejemplares en ARCO-, si nos remontamos a otras publicaciones suyas que ya habían abordado el tema, aunque con estilo y ejemplos diferentes. En efecto, ARCO y el mercado del arte en España fue el núcleo principal de su investigación para la tesis de doctorado, produciendo un primer libro al poco tiempo, del que fue eco el que sacó en Pombo Editora; una de las muchas iniciativas que pasa inadvertida en el libro, para evitar que llegara a las mil páginas.

De hecho, de esos primeros años de insaciable “sed” recuerdo su deslumbramiento por la repercusión de un fenómeno como ARCO en un país donde prácticamente no había coleccionismo. Y otras podrían ser las anécdotas, desde la fantástica aventura que fue “Cavecanem” a haber tenido en mis manos una “Crucifixión” de Miguel Ángel, gracias a su ingenio y tenacidad; pero eso lo dejaré para sus memorias más amplias, que ojalá un día escriba.

Lo relevante ahora es recordar otro de sus libros: “La obra de arte como objeto de intercambio”, cuya versión definitiva tuve el honor de editar, para iniciar yo también una aventura editorial. Su maravillosa portada estaba compuesta por esas “estatuas de helado” de Fermín Jiménez Landa que tanto gustaron a su hijo Hugo. En este libro se refleja una encomiable voluntad didáctica para valorar y reconocer la importancia del mercado del arte en el desarrollo del sistema del arte. Atrás quedaban concepciones románticas del gran Arte, mal entendido por muchos como un ámbito fuera de la acción que paga su libertad con la renuncia al mundo real, algo muy distinto de lo que ocurre con las prácticas artísticas, que solamente se pueden entender en el desarrollo de la labor creativa y profesional del artista dentro de un sistema del arte que legitima la obra principalmente por su fortuna dentro de las instituciones culturales, la crítica o el mercado.

Nacho descubría en sus cursos los entresijos de un mundo que parecía reservado a unos pocos, para entender el mundo del arte no como un ente abstracto idolatrado, sino como un fenómeno que pertenece a un sistema en el que participan distintos agentes más allá del artista, que le dan un valor a la obra bien teórica, institucional o comercialmente, explicando el rol que tienen en este fenómeno galerías, museos, ferias, mecenas, coleccionistas, público y medios de comunicación. Como explicaba entonces: “Lo que entendemos como sistema del arte es un complejo entramado, frecuentemente conflictivo, compuesto de símbolos y mercancías, de actores, instituciones y organizaciones económicas”.

Así, desvelaba una serie de cuestiones prácticas como son los derechos, tasas, legislación, etc., que configuran lo que hoy en día entendemos como “industria cultural”, pero sin abandonar una idea: crear y difundir arte también es producir conocimiento, un tipo de reflexión que surge con especial intensidad cuando se hace preguntas como aquella sobre el valor (simbólico, estético o económico) de la obra del arte, que no solo analizaba por la dificultad que existe para establecer un criterio, sino porque muchas de las prácticas descritas nos están contando cómo construimos nuestra sociedad.

De ahí saqué muchos ejemplos muy elocuentes que me han servido en numerosas ocasiones, en diálogo con otros casos como el “Honorarium comparison” de Rem Koolhaas, donde comparaba la evolución de la bolsa y la inversión en museos. Orgulloso de la criatura, intenté promocionarla y este libro acabó en las manos de muchos críticos que admiro. Todos elogiaron la iniciativa, pero uno de ellos planteó una objeción: como lección sobre el sistema del arte el libro era una joya, sin embargo, echaba en falta una cosa: esa “pasión” que muchos sentimos por el mundo del arte, aún más si consideramos que se trata de un universo que probablemente no sabemos ni definir; cuestión que aparece en ocasiones en «La galería», acudiendo incluso a nuestro admiradísimo Isidoro Valcárcel Medina.

Esa falta queda totalmente subsanada con “La galería”, donde, además de contar los entresijos del mercado del arte, se acerca a él no tanto desde los hechos -que también-, sino desde las personas y los anhelos más íntimos.

De los anteriores libros siguen quedando algunas cuestiones reivindicativas. De hecho, se puede considerar una ‘excusatio non petita, accusatio manifesta’ la defensa a ultranza del papel fundamental que han tenido las galerías en la historia del arte contemporáneo, por su apuesta por las vanguardias y como divulgadores de artistas y corrientes. En efecto, el inicio es muy significativo: “El galerista no escribe. Es un acuerdo tácito. En algún momento alguien, cuando estamos empezando en la profesión, nos dice: ‘Mide tus palabras a la prensa, la mejor información es la que no se da’. Y no escribas, así no te meterás en líos que vendrán mal para el negocio’. Y casi todos hacemos caso. No tenemos por qué escribir, está claro…”.

Al margen del impacto de un punto de partida como este -Nacho, curtido como está en la urgencia del periodismo, sabe muy bien que te la juegas con el inicio-, que retomará con ímpetu al final del libro, considero que no es la motivación central de este escrito. Lo digo para volver a los protagonistas de carne y hueso. Los eventos se van enumerando por años, para seguir con facilidad el acontecer de los mismos, pero son muchas las personas que aparecen, especialmente aquellas que han estado presentes en numerosos momentos de dificultad, incluso diría que son personas siempre preparadas para venir en auxilio. Esto está claro con personajes como Oliva Arauna, también en otros esporádicos pero que dejaron huella, como nuestro querido Marc Augé -tutor de Nacho en su estancia parisina de investigación y que aquí se recuerda en el contexto de un festival de música-, con amigos como Nacho Valle, con artistas cuya talla creativa y humana es colosal, como los siempre cercanos Sonia y FOD… y en esta lista no podían faltar los coleccionistas.

Si al inicio de esta historia el coleccionista era una rareza, aquí tienen nombre y apellidos personas que no acumulan, sino que buscan un sentido y que, por supuesto, intentan dar respuesta a una inconmensurable pasión, que aquí se descubre también próxima a la complicidad. Digamos que emerge entonces un “ethos”, cuya raíz indoeuropea significa “carácter”, “inclinación”, “costumbre”, pero también “lugar”, “cobijo”, “vivienda”, siendo posteriormente usado como “hábito” o “uso”. Quizás lo que nos descubra este libro es que este sector -no siempre bien visto- también puede ser un refugio, fruto de “filias” por encima de “fobias” -que también las hay, de las personales a las institucionales, aunque quedan en un segundo lugar-, delimitando “una frontera del existir, del bienestar e incluso del bienser” -que diría Emilio Lledó al hablar de “ethos”.

El argumento final -hay muchos más- sobre cómo este libro se guía por un “pathos” insaciable es la palabra con la que termina: “deseo”. Este emocionante relato inicia mirando a las estrellas y demuestra que, para movernos en el mundo real, hace falta bajar la mirada a la tierra. Esto puede provocar en nosotros una infinita nostalgia, sin embargo, Carolina y Nacho demuestran que la pasión no se controla, sino que se dirige hacia horizontes de “aventura”, embarcándonos en una incesante expedición hacia nuevos territorios.

Ficha técnica

Título: La galería
Autor: Nacho Ruiz
Idioma: castellano
Editorial: La Fábrica, 2025
ISBN: 978-84-10024-67-0
Nacho Ruiz

Banalidades estética

23/04/2025

Para este Día del Libro, comento brevemente el que he terminado hoy mismo: ‘Banalidades estéticas’, de Fernando Castro Flórez, con el que inicia la colección Libros mínimos. He encontrado en él numerosos puntos en común con mis “islarios” (el publicado y el que está a punto de salir), justo porque intenta establecer perspectivas de reflexión sobre nuestra contemporaneidad, teniendo el arte como telón de fondo y espejo donde reflejarla.

Me parece significativo que a mitad de este libro se halle una cita de Hermann Broch, un autor al que no se acude con frecuencia en nuestros días. Dice lo siguiente: «No me anima un sentimentalismo nostálgico del pasado, una contemplación retrógrada que transfigure las épocas turbulentas. No, tras mi asco y mi cansancio se esconde una idea muy antigua y muy fundada, la de que no hay nada más importante para una época que su estilo».

En el autor austríaco, el “estilo” aparece –junto con otros conceptos, como “kitsch”– enmarcado dentro de una “teoría de los valores y de la historia”, porque creía que el estudio del estilo le permitiría entender la totalidad de una época, su ‘Zeitgeist’. Pero ¿qué sucede si –como detectó Broch en la época de Hofmannsthal– el estilo de un tiempo es un “no-estilo”? Pues que este también expresa la realidad específica de un momento determinado, que se muestra como imitación de un estilo de pensamiento, como reflejo del vacío que alcanza todo y el umbral de un “alegre apocalipsis”, que diría Karl Kraus.

Una situación similar parece describir Castro Flórez cuando aborda nuestra época como la marcada por la demolición: «En el tiempo de la demolición, donde cualquier cosa (en una expansión de la logística del ‘ready-made’) puede ser expuesta como documento de cultura y, valga la paráfrasis benjaminiana, monumento de barbarie».

Y lo lleva a cabo gracias a su particular ‘stilus’ (instrumento punzante utilizado por los romanos para escribir), que incide en las convicciones con generosidad de referencias bibliográficas y un más que apreciable sarcasmo. Se podría decir que, igual que Canetti describió a su maestro como un “sabueso” de su tiempo, Castro Flórez aparece aquí como el “centinela” de una contemporaneidad cuyas grietas solamente pueden ser comprendidas por medio de un verdadero sentido crítico.

Como es de esperar, la lectura del presente debe pasar también por una reflexión sobre la técnica –acompañándose de autores como Virilio, Pariser, Crary…– para detectar sus flujos y sus excesos, que pueden convertirnos incluso en “estrictos desechos digitales”. Sin embargo, lo principal es que ha provocado la paradójica situación de un empobrecimiento de la experiencia. De ahí que lo fundamental sea el tipo de conocimiento y sociedad que genera, por lo que aún estremece el recuerdo del clásico de Benjamin cuando afirma: «Nos hemos empobrecido. Pieza a pieza hemos ido sacrificando la herencia de la humanidad; la hemos tenido que depositar en la casa de empeños, a menudo por la centésima parte de su valor, para que, a cambio de ella, nos arrojen una pequeña moneda de lo actual. La crisis económica espera a la puerta, y tras ella una sombra, la guerra que se avecina».

Esperemos que la humanidad haya aprendido algo de los desastres de hace un siglo, aunque parece que nos empeñamos en repetirlos. Por ello, trae pertinentemente a colación una serie de autores que nos ayudan a pensar la crítica unida a la estética. Uno de los primeros es Hal Foster, cuando aborda la cuestión de “qué puede hacer” el arte en «una época de debacle absoluta, tomando a Donald Trump como síntoma patafísico (una reencarnación hiper-ridícula de Ubú) de lo peor».

En efecto, ¿cuál puede ser el poder del arte y cuál debería ser nuestra actitud? Es significativo que aparezca varias veces Bartleby en la descripción de este mundo de nadeidad y procrastinación. Así, uno de los capítulos finales se desarrolla entre el «preferiría no hacerlo» del personaje de Melville y ese «haz lo que debes, pase lo que pase», que tanto gustaba a Tolstoi.

Ante estas disquisiciones, el lema de Muntadas se alza como una advertencia y como un mandato: «Atención, la percepción requiere participación», incitando a lecturas críticas de nuestro entorno, aunque Castro Flórez también previene sobre la deriva que puede adoptar tan aconsejable actitud, pues puede terminar por ser un “ludismo delirante”. De hecho, esta situación en nuestros días está perfectamente recogida en una cita de Claire Bishop con la que finaliza uno de los apartados: «Al poder emitir todas sus opiniones a cualquiera, nos encontramos no ya ante un empoderamiento de las masas, sino en un flujo continuo de egos banales. Más que contraria al espectáculo, la participación ahora se ha fusionado con él completamente».

Se entiende ahora el porqué del título de este libro, que intenta rebajar idolatrías y sembrar dudas en quien prefiere certezas, ansía un motivador o, en general, en toda víctima de algún relato; es decir, la práctica totalidad de la humanidad. Por ello mismo, adquiere aún más importancia la máxima que acompañaba ‘El curso de las cosas’ (1987), el conocido vídeo de Fischli y Weiss: «El equilibro es más bello al borde del colapso». Ante la misma, Castro Flórez se pregunta si «acaso las obras de arte tengan que adoptar la forma de las piedras, materiales de la revuelta, cimientos desparramados de la más lúcida sintomatología del presente».

Es lo que deberían ser obras como el ‘1984’ de Orwell, que en este libro es recordado por aumentar sus ventas en Estados Unidos un 10.000% en 2017. Son datos que desconciertan y que nos hacen pensar si fue leído como advertencia o como manual de instrucciones. Ante ello, la crítica debe ser un instrumento irrenunciable en un momento donde «ya no hay una ‘opinión pública’ sino una corrala hiper-viral».

En ella se recuerda pertinentemente la importancia de las dialécticas del archivo e incluso lo que de oculto y traumático puede haber en él –como ocurre con la lectura que realiza Derrida del modelo de memoria que tanto obsesionó a Freud–, sobre todo cuando es aplicado a la hiperactividad presente en las “redes sociales”, que nos inmoviliza hasta que produce una “eruptibilidad intolerante”, “desmemoria crónica” o “emocionalidad pirotécnica”, ante lo que el mundo del arte aparece como un remanso de paz archivado.

Ante ello, aparecen diagnósticos como este: «Hace ya mucho tiempo que el calor se fue de las cosas, lo único que queda, como resto de las antiguas combustiones, incluso musealmente, es la política de la ceniza». Sin embargo, con ello no se ha de entender la negación de la acción, enterrada en el archivo, sino la necesidad de que este no sea un compartimento estanco.

Debería ser como este libro: una apertura a la interpretación de la realidad, desde la identificación de cuestiones que se convierten en signos de nuestro tiempo. Estas ‘Banalidades estéticas’ pasan a ser entonces un brillante intento por generar conexiones en el desasosiego de nuestros días, indicando significados y, sobre todo, sentidos que no cierran el campo de las interpretaciones, sino que invitan a que todos pensemos esta convulsa contemporaneidad.

Ficha técnica

Título: Banalidades estéticas
Autor: Fernando Castro Flórez
Idioma: castellano
Editorial: Libros mínimos, 2025
ISBN: 978-607-99962-6-0 / 978-84-129934-0-0
Fernando Castro Flórez